miércoles, 1 de julio de 2015

El Desván del Duende y Diván du Don


   
  


    Recuerdo como si fuera ayer el momento en el que por unanimidad escogimos el nombre de El Desván del Duende. Estábamos en aquel famoso cuarto de la casa de la abuela Maruja, la de Miguel, junto a la cama en la que tantas veces yo había dormido, la que se hundía hasta doblarse en dos y casi obligaba a mis pies a chocar contra mi cabeza, allí, bajo el ruido infernal del Westinghouse, el antiguo aparato de aire acondicionado que durante años fue objeto de millones de risas y agradecimientos. Todos levantamos la mano, por fin llegamos a un acuerdo, era la opción más convincente… en realidad, no nos entusiasmaba ninguna, ni siquiera esa.

    Por aquel entonces ya funcionábamos. Y funcionábamos bien porque habíamos vendido varias miles de copias de la maqueta entre amigos, conocidos y estudiantes universitarios. Comprábamos los discos vírgenes y con un sello de caucho fabricado en una pequeña tienda del centro plasmábamos la marca primitiva, El Desván, a secas. Aún habrá mucha gente que guarde una copia… Cada día sonaba más y más el teléfono, no éramos nadie, tozudos si acaso, pero a lo tonto nos vimos recorriendo pueblos un día sí y otro también.

     De aquello ya hace mucho, más de diez años… cómo pasa el tiempo. Salimos de Extremadura y empezamos a comernos con ansia la carretera y la aburrida autovía. Seguíamos componiendo sin parar. Repartíamos las tareas. Compuse la música de Macetas de Colores una mañana cualquiera; mientras, otras, como A Volar o Nudo Marinero, ya habían pellizcado de manera especial a la gente. Todo aquello era como vivir un sueño. Se cumplía la fantasía que tantas veces habíamos deseado, vivir de la música, de nuestros conciertos, cantar y tocar en cada esquina.

     Hilamos otros dos discos. Nos lo tomamos en serio y paramos en muchas ciudades, conocimos a mucha gente. Estuvimos en los mejores festivales del país y compartimos escenario y cartel con algunos de los más grandes; a veces, cuando estirábamos el brazo sobre la cama de algún hotel y apagábamos la luz, alucinábamos con todo lo que nos estaba sucediendo.

     Y el tiempo normalizó la situación. Y en España la cultura empezó a ser más ninguneada aún que antes, y los toros seguían siendo 6 toros 6, no 5; y entre pastos de bellota y furgoneta pasaba la vida.

     Lo vimos claro. Era hora de abrir ventanas y dejar que entrara el aire fresco. Así, más convencidos que nunca, nos dimos una bofetada y despertamos. ¡Estaba aquí, desde siempre! ¡Estaba en nuestros corazones! Con más fuerza que nunca implantamos el cambio, porque era necesario y urgente. Nosotros así lo decidimos, a conciencia. Y fue increíble, porque tal y como lo pensamos, lo hicimos, sin miedos. Y ahora miro atrás y disfruto al ver que no pudimos haberlo hecho mejor.

      Es cierto. Lo que no mata, engorda.

      Y poco más puedo decir hasta el día de hoy.

    Nació Diván du Don. Sí, Diván du Don. Y aunque cueste pronunciarlo, así como cuesta pronunciar Bersuit Vergarabat ―y es uno de mis grupos favoritos―, nos plantamos delante del mundo entero, con más ilusión y convencimiento que nunca, con nuestra locura más infinita y la sonrisa más rebelde del planeta.

     Y ya vemos carretera, y ya las válvulas calientan, y quemamos nuevo disco, y la historia se repite, el vuelo despega y la música alimenta.

    Somos y seremos siempre El Desván del Duende, somos Diván du Don, somos lo que hicimos, lo que escribimos, lo que compusimos, lo que gritamos; y somos el ahora, la guitarra trotona, la de siempre, las golondrinas en las nubes, las cabras creciditas, el Pon du Don con cresta, el nuevo despertar con nuevas melodías… y todo lo que queramos ser, porque ser, lo que se dice ser, uno puede ser lo que quiera y le venga en gana.

      Un único cambio en todo este camino: Paquillo Levita.

     Se llama Diván du Don, El Desván del Duende con la voz de Paquillo Levita se llama Diván du Don. Las mismas caras de siempre, los mismos instrumentos, el mismo local de ensayo, las mismas tonterías de siempre, las mismas, pero hoy reforzadas más que nunca por el alma y la gracia natural de un motrileño que nos ha robado a todos el corazón; un poco de agua.

      Diván du Don crece cada día; es nuestra propia revolución. Diván du Don será mucho más de lo que creímos que sería. Y ahora entiendo, ¿qué más da el pasado? La resaca se lo lleva todo, sí, ¡llévatelo todo, no lo quiero! Me quedo con lo bueno.

      Diván du Don es el presente.

      La primavera, cada mañana.

      Estoy enamorado.
                                 _____




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2 comentarios:

  1. Hermosa crónica, JOrge...Has conseguido ponerme los vellos de punta...Yo era Desvanero y ahora soy Divanero...¿Podría ser otra cosa?...Aun no tengo el disco nuevo (problemas con el banco para hacer transferencias, estoy en ello), pero me haré con el lo más pronto posible...Eso si, cuando me lo mandéis espero que sea con la firma de los 6 divaneros en él...un fuerte abrazo y que siga rulando ese Don que tenéis y compartís....

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  2. Gracias !! Es solo un porcentaje muy pequeño de parte de nuestra historia. Son como destellos e imágenes que se quedan grabados en la memoria para siempre. Ese disco tiene que llegar a tus manos ya mismo, por Dios! Un abrazo !!!

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